Una evocación de Manuel Sadosky
Corría el año 1956 –y en
mi calidad de estudiante de Química me encontraba cursando Análisis
Matemático-, cuando conocí al doctor Manuel Sadosky,
que dictaba las clases teóricas y era, a su vez, el vicedecano
de la Facultad y autor de un libro de texto famoso. Me di cuenta, entonces, de
quién era ese señor de rostro bondadoso
y sonriente que circulaba habitualmente por el patio de Perú, entremezclándose
con los alumnos. En una época en que las jerarquías docentes se sentían e
intimidaban, al doctor Sadosky se lo podía abordar
sin temor, alentados por su mirada franca y afabilidad personal.
Aunque por diploma oficial soy
doctora en Química, por vocación y fervor soy viróloga,
y en ese destino tuvo mucho que ver Manuel
Sadosky. La Fundación “Alberto Einstein” de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales,
fundada por él y que también presidía, ofrecía becas para estudiantes avanzados
en la carrera con dificultades económicas, a fin de ayudarlos a terminar los estudios.
La solicitud consistía en una simple carta, las notas obtenidas y una
explicación de la situación personal, sin certificados, ni avales. Tampoco
había que ser alumno de 10, sólo era necesario cursar regularmente las
materias, aprobar por lo menos una materia por cuatrimestre y elegir un
profesor padrino como guía. Para mí fue muy importante obtener la beca en 1959,
ya que posibilitó que me dedicara por entero al estudio y terminara de cursar
los trabajos prácticos.
Quizás, la tarea más importante de la Fundación venía después, ya que,
una vez terminada la beca, se realizaba una entrevista personal cuyo fin era
orientar al becario a seleccionar un
lugar de trabajo que respondiera a su vocación. Sabemos que también en aquella
época había licenciados en Química que elegían dedicarse a la
investigación. Recuerdo que en mi curso
había muchas mujeres, algunas de las cuales, a su vez, habían sido becarias, y,
como la Fundación Campomar había abierto
recientemente sus puertas a las mujeres, la mayoría elegía ese Instituto
prestigioso como destino. Pero yo me había enamorado de los virus, con su poder
de “dirigir la maquinaria biosintética cuando
ingresaban a una célula”, tal como en aquel entonces se los presentaba. Por
eso, ante la pregunta del doctor Sadosky, a quien acompañaba ese día el ingeniero José Valencia, genetista de
renombre: “¿Y a usted qué le gustaría hacer?”, contesté sin titubeos: “ A mí me gustan los virus”. Y él prosiguió: "¿Y adónde
va a trabajar?" Ante ese interrogante, permanecí muda, porque no lo sabía.
Entonces Sadosky me miró muy serio y preguntó: “¿No conoce al doctor
Armando Parodi?”
“No”, respondí. De modo que, muy decepcionado, exclamó: “¡Pero cómo no conoce
al doctor Parodi, el descubridor del virus de la
fiebre hemorrágica!”
Ha pasado ya
toda una vida desde aquella entrevista, y todavía me ruborizo. Pero ese
comentario selló mi destino, porque, gracias a los consejos que recibí y a la
ayuda del ingeniero Valencia, pude iniciarme en el camino de la Virología con
la guía del doctor Parodi, que fue mi director de
tesis.
Podría
evocar varias situaciones personales más en las que Manuel Sadosky me
ofreció su apoyo desinteresado como autoridad de la Facultad y, años más tarde,
como Secretario de Ciencia y Técnica,
pero creo que no es necesario mencionarlas para mostrar una semblanza de su
personalidad, conocida por muchos.
Que sean estos pocos pero intensos recuerdos un homenaje póstumo a un
excelente ser humano, a quien por suerte tuve la oportunidad de conocer y al
que supe agradecer en persona cada vez que, ya mayor, lúcido y sonriente,
parecía reconocerme.
Dra. Celia E.Coto
Directora de Química Viva
Profesora titular consulta