Una mirada sobre nuestras carreras

Dra. Claudia Zelzman.

Licenciada en Psicopedagogía.

Directora Dirección de Orientación Vocacional (DOV).

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Universidad de  Buenos Aires. Buenos Aires. Argentina.

cmzelzman@yahoo.com

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Por estos días estamos escuchando la preocupación de autoridades educativas y de analistas políticos por el decreciente interés de potenciales estudiantes universitarios en las carreras de ciencia y tecnología. Seguramente, como todo fenómeno que involucra el comportamiento social, convergen en esta cuestión no sólo una, sino varias causas posibles.

En un contexto histórico, el interés por las carreras de ciencias comenzó a decaer entrando la década del 90. En épocas de libre mercado y valores mercantilistas, la búsqueda del “éxito garantizado” primó a la hora de las elecciones de los jóvenes, manteniendo las profesiones liberales, asociadas desde siempre al “ascenso social y futuro asegurado”, al tope de las preferencias.

Con similares parámetros de “éxito inmediato” empezaron a surgir desmesuradamente las universidades privadas e institutos terciarios ofreciendo nuevas carreras sintonizadas con este discurso. Demás está decir que en este crecimiento de ofertas educativas no hubo planificación ni estrategia, polarizando de esta manera las preferencias de los estudiantes en dos tipos de estudios: las carreras tradicionales por un lado, y las carreras cortas por otro, con dudosas promesas de salida laboral inmediata. Lejos de estas elecciones quedaban desplazadas las carreras de ciencias, que siempre implicaron una alta exigencia y sacrificio, valores que empezaban a quedar lentamente sepultados junto al fin de siglo.

Tampoco se mantuvo ajena a esto la crisis de la escuela media, que afectó especialmente la enseñanza de las ciencias. La disminución de horas de clase, y la menor capacitación de los docentes, contribuyeron al desinterés general y a la consecuente escasez de vocaciones científicas.

A partir de la instalación de este tema en el centro del debate, resulta oportuno replantear cuáles serían las mejores estrategias para alentar los estudios en estas disciplinas. Pero también cabe preguntarse a quién le corresponde definirlas. ¿Al Estado? Sin duda, porque en primer lugar debe fortalecer la enseñanza de las ciencias en la escuela media; ¿a las universidades? Indefectiblemente, porque deben responder a los requerimientos del país y no desoír las necesidades del sistema productivo. También deben comprometerse las asociaciones profesionales, aportando ideas orientadas a dar respuestas a las nuevas demandas del mercado laboral. Es decir, dado que  son  múltiples las causas que llevaron a esta situación, diversos son los sectores que deberán intervenir para revertirla.

En lo que a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales respecta,  se ha tomado la iniciativa (aún bastante antes de que este tema estuviera instalado), de trabajar en distintos programas de articulación con colegios, cuyo objetivo final es difundir las carreras de ciencias exactas y naturales entre los jóvenes que se encuentran próximos a realizar sus elecciones vocacionales. Para ello, ha sido creada la Dirección de Orientación Vocacional (DOV-Exactas) en el 2002, desde donde se establecen fuertes lazos con escuelas y se organizan programas tendientes a despertar nuevas vocaciones científicas en los estudiantes.

Los beneficios que estos programas reportan a la Facultad se pueden analizar en una doble vía: a través de un mejoramiento cuantitativo de la matrícula  (incrementando la cantidad de alumnos ingresantes) y cualitativo (ofreciendo a los estudiantes que eligen estas carreras mejores herramientas para adaptarse al sistema universitario y disminuir de esta manera los altos índices de deserción y cambios de carreras, observados especialmente en los primeros años).

En particular, estamos muy satisfechos con los resultados que estamos alcanzando. Un alto porcentaje de estudiantes (38% de alumnos ingresantes a la FCEyN en 2007) han pasado por alguna de las actividades de articulación organizadas por la DOV, lo que, sin dudas, encuentra a estos jóvenes en mejores condiciones para insertarse en el ámbito universitario. Observamos también que, al trabajar con escuelas de diversos contextos socioculturales, estamos empezando a ampliar gradualmente la base social de ingresantes a estas carreras, tradicionalmente requeridas por alumnos de escuelas de “elite”, o con mayor vinculación con la actividad científica.

Sin embargo, con respecto a la cantidad de ingresantes, observamos que la matrícula podrá fluctuar y tender levemente a aumentar o mantenerse en los niveles actuales. En mi opinión, esto podría deberse a que hoy en día a la FCEyN le resulta muy difícil aumentar considerablemente los inscriptos a sus carreras porque el perfil de sus ingresantes está determinado casi exclusivamente por quienes las eligen deseando realizar una carrera científica e insertarse en la actividad académica. En cambio, los estudiantes que desean orientarse a la industria no perciben en ellas una salida laboral en este sentido. ¿Es sólo porque no podemos transmitirles que estas carreras permiten que sus graduados se inserten en la industria o en empresas, o hay algo intrínseco a ellas que no “seduce” a estos potenciales interesados? ¿Son compatibles estas carreras, con su gran demanda horaria,  con el deseo de quien quiere, desde un inicio, adquirir experiencia afuera de la Facultad?

Por otro lado, los científicos,  ¿no estarán sobrecalificados para ciertas tareas que requiere la industria, y desprovistos de ciertos conocimientos, para otras? ¿No habría que definir nuevos perfiles vinculados a las nuevas tecnologías y al sistema productivo?

En resumen, las carreras actuales ofrecen la mejor formación a la que puede aspirar un futuro científico, dado que otorgan una sólida formación básica y vinculan a sus estudiantes desde el inicio con el trabajo de investigación, lo que los aventaja respecto de quienes se forman en otros centros de estudio. Pero quizás este momento sea oportuno para analizar carrera por carrera y evaluar posibles nuevas opciones, contemplando carreras más cortas, vinculadas a las licenciaturas y definiendo en ellas nuevas competencias, habilidades y conocimientos específicos que la industria requiere (me refiero, por citar ejemplos, a economía de empresas, o gestión de recursos humanos). Todo esto sin desmedro de la formación básica para estas carreras más vinculadas a la tecnología, que debiera ser también ofrecida por los científicos que están investigando y generando conocimientos afines a sus campos de aplicación, ya que esto garantizaría la excelencia en la formación. Porque cabe aclararse que no se trata, como en los ´90, de intentar responder al mercado con ofertas efímeras, o dar respuesta a problemáticas muy específicas que rápidamente mutarán hacia otras, sino de brindar herramientas para preparar a los graduados para las nuevas transformaciones tecnológicas que se seguirán sucediendo.

En este sentido, quizás pueda ofrecer dos ejemplos a tener en cuenta: uno “propio”, aunque compartido con otras Facultades, que es la creación de la relativamente nueva Licenciatura en Ciencia y Tecnología de Alimentos, vinculada a las carreras de Biología y Química. Y otro ejemplo bastante “próximo”: en la Facultad de Arquitectura de la UBA, en respuesta a los cambios tecnológicos y a la nuevas demandas, se han creado hace algunos años, las carreras de Diseño. Hoy estas nuevas carreras han despertado el interés de muchos jóvenes, y han hecho “explotar” la matriculación de la FADU cubriendo una necesidad de graduados en estas disciplinas, quienes logran además una inmediata inserción laboral debido a su alta capacitación.

 


ISSN 1666-7948
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Revista QuímicaViva
Volumen 6, número especial: Suplemento educativo, mayo 2007
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